Caelum Albus

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viernes, 10 de enero de 2014

El elefante y la estaca



Había una vez un niño al que le encantaban los circos. Adoraba visitar estos espectáculos y se maravillaba con cada regalo que sus padres le hacían en forma de entradas para él y su familia. Pasaba horas maravillado leyendo historias, y se imaginaba protagonista de muchas de ellas. Sin duda, lo que más le gustaba eran los animales. 

En las funciones, uno de los animales que más le impresionaba era el elefante. Durante la función, el enorme animal hacía despliegue y exhibición de su peso, tamaño y fuerza descomunal. Pese a esto, después de la actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el animal vivía sujeto por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. 

Lo más llamativo de todo era que la estaca era sólo un pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía muy obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol de tajo con su propia fuerza, podría con mucha facilidad, arrancar la estaca y huir. 

Y no escapaba...


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Mi duda era muy evidente: ¿qué lo mantiene entonces prisionero? ¿Por qué no huye? ¿Por qué se conforma con una vida de esclavitud en la que sirve tan solo de distracción y en renuncia de sus gustos y de vivir con los suyos, libre?. Cuando tenía seis o siete años, pregunté a mi padre por ese misterio del elefante. Él me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. 

Pero entonces yo pregunte: 

-Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? 

Pero no tuve ninguna respuesta coherente que me convenciera. 

Pasaron los años y me olvidé del misterio del elefante y la estaca, sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta. Un día de aquellos, descubrí por suerte para mí que alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: 

-El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño.

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el pequeño elefante empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. 

Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente fuerte para él. Estoy convencido de que durmió agotado por intentar escapar, y al día siguiente volvería a probar, y también al otro, y al siguiente... 

Pero un día, un día muy desgraciado para el elefante, éste aceptó su impotencia y se resignó. Este elefante enforme y poderoso no intentó volver a escapar porque creía que no podría hacerlo nunca. 

El animal, con una poderosa memoria, tiene recuerdo de su impotencia y su incapacidad, aquella que ha estado sintiendo desde poco después de nacer. Eso han sido muchos años, muchos días de pensar que no sería capaz de escapar, que su destino sería exhibirse una y otra vez, de vivir esclavo y de renunciar a sus deseos. 

Lo peor de todo es que jamás se volvió a cuestionar seriamente ese recuerdo. Nunca intentó poner a prueba su fuerza, su capacidad, otra vez... 


Muchos de nosotros somos a veces como ese elefante. Muchos mantenemos recuerdos de incapacidad, de fracaso, de frustración, de impotencia y de falta de control sobre algún aspecto de nuestra vida. Esos recuerdos alimentan emociones negativas que hacen precisamente que a veces no actuemos, no probemos si lo que recordamos y sentimos sobre nosotros mismos sigue siendo así o ha cambiado. 

Porque muchos tenemos "estacas" que nos restan libertad, creencias de muchas cosas que no podemos hacer. Y muchas veces estas creencias no tienen fundamento: basta con fracasar una vez que intentamos algo para que, desafortunadamente, nos digamos que no podremos hacerlo en otra ocasión que se presente. 

Os animo a que reviseis esas creencias y os preguntéis si no seríais capaces de hacer aquello que una vez no salió, pero que, quizás hoy con más experiencia y fe, puede ocurrir. 

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